La desaparición de las abejas no es un problema de hoy, sino que ya acontece
desde décadas atrás. La cuestión ahora, es que en los últimos años este
incidente se ha incrementado tanto que la situación se ha desbordado.
El inconveniente radica en que esta desaparición supone una gravedad
mayor que quedarse sin miel. No hay que olvidar que la producción de las abejas
es un valioso enclave de los que mantienen en equilibrio al ecosistema. Muchos
de los alimentos y plantas que consumimos no serían posibles sin la
polinización de estos insectos.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) alerta sobre “el colapso de las colonias de abejas en el mundo”, un problema global que se ha extendido a Australia, China, Japón y el norte de África, en la ribera del Nilo. En uno de sus informes, PNUMA asegura también que esta disminución ha sucedido a “consecuencia del uso de insecticidas perjudiciales, la contaminación del aire y el cambio climático”, entre otros factores, lo que supone un "riesgo para la seguridad alimentaria”.
Previo al desarrollo de
la humanidad, ya existía la interconexión: animales, plantas, tierra, agua y aire. Una interrelación que resultó aún más necesaria con la aparición del hombre. Por este
motivo, preocupa la envergadura que está alcanzando la situación. Una desaparición de la que en parte somos culpables, que se cobra los
empleos de los apicultores y nos cobra con creces el precio de la
miel. Pero que, sobre todo, provoca la disminución de las
semillas de determinadas frutas que precisan de estas eficientes polinizadoras.
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